Detrás de nuestra personalidad adulta tenemos una base emocional muy vulnerable y sensible, marcada por las experiencias traumáticas de nuestra infancia. Se la suele conocer, metafóricamente, como “el niño interior”.
Nuestro niño interior vive en su propio mundo, basado en experiencias y recuerdos del pasado, que sin embargo vivencia como presentes. Conserva dolores, vergüenzas y miedos no expresados que se generaron ante situaciones de abandono, rechazo, abusos, o simplemente por falta de suficiente atención por parte de quienes tenían la responsabilidad de cuidarnos.
Muchas de esas emociones fueron ocultadas por el niño que fuimos formando parte de una estrategia de adaptación y supervivencia que nos ha traído hasta la edad adulta. Pero estas emociones no han desaparecido con los años. Permanecen vivas y son la causa de la mayor parte de nuestros sufrimientos y problemas de relación.
El niño interior es el capitán de nuestras emociones y comportamientos. Percibe e interactúa con el mundo que le rodea, pero reside en la sombra de nuestra consciente, por lo que ni siquiera nos damos cuenta de ello.
El niño interior es, también, esa parte de nosotros mismos donde somos curiosos, juguetones, risueños y aventureros. Es ese lugar donde se genera nuestra energía. Hay una parte en nosotros que es auténtica, espontánea, plena, creativa, valiente, y que vive en el aquí y el ahora. El niño interior también es todo eso.
En el proceso terapéutico buscamos rescatar a nuestro niño, liberarlo de entre la montaña de temores y condicionamientos. Sanamos su parte reactiva, emocional y exigente, que aflora cuando las cosas no nos salen como queremos (es decir, a menudo…). Lo hacemos cubriéndola del cariño que quedó pendiente, para que no siga reaccionando.
Cuando nos sentimos desbordados por la vida, con miedo y dolor, es cuando más amorosos deberíamos ser con nosotros mismos, dándonos el tiempo para sentir todo eso y así poder recuperarnos.
Hay que enfocarse en rescatar al niño sano, su vitalidad, su imaginación, su atrevimiento y su creatividad. Una alternativa es utilizar el trabajo corporal para desbloquear la energía bloqueada y que ésta deje de estar al servicio del acorazamiento y se transforma en energía libre.
Por Karen Benito.