La luz siempre ha estado asociada a emociones positivas. En verano, cuando los días son más largos y por lo tanto hay más luz, parece que la alegría se multiplica. Tenemos momentos inolvidables que pasamos en estos maravillosos días soleados a la orilla del mar, en un picnic en la montaña o disfrutando del sol en una terraza.
El verano y la primavera, con su luz, son períodos de expansión, de aventurarse y experimentar; un contrapunto al otoño y el invierno, que, con sus lluvias y días más cortos, nos incitan a volver al refugio de nuestro hogar.
De la misma forma que nuestro estado de ánimo y energía fluctúan con las estaciones, también lo hacen con ciclos más cortos, como el de la noche y el día.
La luz y los ciclos naturales
El hipotálamo es una pequeña región que se encuentra en la zona más profunda del cerebro, el llamado cerebro reptil. Es una estructura fundamental que se encarga de regular procesos básicos para la vida, como la temperatura corporal, la ingesta de alimentos y líquidos o la libido, además de regular las emociones. Sentimos hambre o saciedad, ansiedad o tranquilidad…, en función de las hormonas que secreta esta parte del cerebro.
Como todo lo que tiene que ver con el cerebro, se trata de una estructura muy compleja, pero se sabe con certeza que uno de los factores que influyen decisivamente en la función del hipotálamo es la luz que percibe del entorno.
El cerebro ha evolucionado de la mano de la naturaleza, de manera que lo “natural” es que durante el día, cuando el cerebro se inunda de luz solar, entienda que es el momento de la actividad y, por la noche, cuando solía estar oscuro, es el momento del descanso y la regeneración. En el presente, sin embargo, estos horarios ya no son fijos. Con la luz artificial, podemos estar despiertos hasta altas horas de la madrugada.
No respetar los ciclos naturales afecta la salud
Nuestro cuerpo, nuestro reloj interno, está diseñado para respetar los ciclos de la luz. Durante el día, es necesario que recibamos la luz del sol para mantener niveles de energía óptimos. La luz artificial no es sustituto de la luz solar. Es por eso que en muchos casos nos supera el cansancio y sentimos que necesitamos un café para poder con todo.
A la larga, un déficit de luz solar directa aumenta el riesgo de sufrir depresión. Es por eso que en invierno, cuando los días son más cortos y salimos de trabajar ya anocheciendo, es mucho más frecuente sufrir depresiones. Además, el sol es la fuente más importante de vitamina D, indispensable para algo tan importante como fijar el calcio en los huesos.
Otro de los ejemplos más asombrosos del poder de la luz sobre nuestro organismo tiene que ver con la forma en que nos despertamos. Lo habitual es que programemos el reloj para una hora concreta de la mañana y que el despertador interrumpa bruscamente nuestro sueño. Encendemos la luz de la habitación, pasando de la oscuridad de la noche a la luz del día en cuestión de segundos.
En la naturaleza, el amanecer es algo que sucede de manera progresiva, y nuestro cerebro está programado para despertarse de esa manera. Con el aumento gradual de la luz natural, el cerebro se va despertando y abandonando poco a poco el mundo de los sueños. No respetar esto es la razón de que se nos peguen las sábanas y nos cueste tanto arrancar por las mañanas.
Más allá del sueño que tenemos al levantarnos, esta forma de despertarse hace que arrastremos el cansancio durante todo el día, además de provocar un estrés de fondo, debido a que los procesos naturales del sueño, tan necesarios para un buen descanso y regeneración, no se han producido correctamente.
Regular el reloj interno
Procura ajustar tus horarios en la medida de lo posible a los ciclos naturales, escuchando a tu cuerpo. Algunas personas son más activas durante la mañana y otras por las tardes, pero trasnochar hasta altas horas de la madrugada no suele ser positivo en ningún caso.
Durante el día, procura pasar el mayor tiempo posible a la luz natural del sol. Como esto es complicado en las rutinas de la vida moderna, intenta que te dé la luz del sol directa al menos media hora al día.
Trata de que el ambiente que te rodea sea lo más oscuro posible en las horas previas a irte a dormir. Enciende la menor cantidad de luces posible y si puedes evitar las pantallas luminosas, mucho mejor.
Procura no despertarte bruscamente. Como es casi imposible despertarse con la luz del amanecer natural, ya que no se ajusta a nuestros horarios, una buena solución para esto son los relojes llamados de “amanecer gradual“. Son unos despertadores que iluminan progresivamente la habitación hasta la hora en que tengamos que despertarnos, imitando lo que sería un amanecer real.
Nota : Karen Benito.